31 diciembre 2023

Cinco novelas de 2023

A continuación cinco novelas que he disfrutado leyendo este año, sobre todo por hacer que las ruedecillas de mi cabeza giraran sin descanso durante y, sobre todo, varios días después de su lectura.

5. Bienvenidos a Metro-Centre, de J. G. Ballard (traducción de Marcial Souto)

Así como no quiere la cosa, va Ballard en 2006 y te profetiza el trumpismo y toda la serie de movimientos populistas de extrema derecha que estamos disfrutando estos días, otra cosa no será, pero en el tramo final de su carrera literaria el cerebro le funcionaba a topísimo. En este caso, Ballard trabaja con una idea ya presente en novelas como El club de la lucha, el de la peña alienada y emasculada por el tedio vital producido por la sociedad de consumo pero llevándoselo a su terreno, el de la psicopatología y la psicogeografía presentes en las dispersas urbanizaciones de clase aspiracional del sur de Londres, entre Woking y Weybridge, equivalentes a los PAUs de los alrededores de Madrid, organizadas en torno a un gigantesco centro comercial en plan pirámide azteca.


Disfrazada de novela negra cuyo mayor aliciente es que la "investigación" consiste en leer las ballardadas que sueltan los personajes que se entrevistan con el protagonista, se trata de una novela muy de tesis sobre cómo el individualismo extremo, la pérdida del sentimiento de comunidad y la muerte de la espiritualidad, trocada por la única satisfacción de poseer bienes de consumo, vacían a los ciudadanos de tal modo que éstos se vuelcan en la violencia, el tribalismo deportivo, la xenofobia, el fascismo como solución transitoria, y, finalmente, en la locura como única vía de escape para soportar el tedio de la existencia. Un panorama que recuerda algunos clásicos del cineasta Adam Curtis (The Century of the Self o The Power of Nightmares son quizá los primeros que se vienen a la mente), pero si Curtis es un humanista que aún tiene esperanzas en la raza humana, en esta novela Ballard se revela como un misántropo; a la gente lo que le mola es que le den caña y que le digan lo que tiene que hacer, es muy gracioso y revelador a la vista de ciertos eslóganes de la extrema derecha, como en la novela el concepto "libertad" (esto es, libertad egoísta, en contraposición a libertad responsable), llevado a su extremo es un peligro para las personas y el germen del fascismo. Es más, ahora toca fascismo, pero cuando éste fracase, sólo quedará la locura.

En lo más estrictamente literario entiendo el rechazo que suscitó esta obra en su momento; le sobran páginas y utiliza conceptos y estructuras que Ballard ya empleaba en otras novelas. Podría argumentarse incluso que no es más que Rascacielos pero en mal, pero la potencia de sus ideas y la sobriedad formal con la que Ballard las vuelca al papel, sin renunciar a esas brillantes metáforas tan propias de su estilo, hacen de la novela una lectura más que interesante.

Bienvenidos a Metro-Centre (Kingdom Come), de J. G. Ballard. Traducción de Marcial Souto. Minotauro 2008. Tapa blanda. 336 pp. A precios disparatados en el mercado de segunda mano.

4. Del amor y otros demonios, de Gabriel García Márquez

Una interesante novela que metaforiza el agotamiento y bancarrota de los valores del imperio español que daban sustrato ideológico y supuesta legitimidad a la conquista de las Américas, esto es, el impulso civilizatorio de una cultura "superior" y, sobre todo, el afán evangelizador. Pero en el Caribe de finales del siglo XVIII, en los años previos a la Revolución Francesa, dichos valores, completamente agotados, toman la forma de una élite gobernante apática e inútil y una nobleza criolla avariciosa y hedonista que odia la metrópolis, sumiendo a las colonias del virreinato de Granada en un ambiente de abandono y de podredumbre moral, como un barco de esclavos azotado por la peste, entrando a puerto entre cadáveres hinchados. La novela propone una renovación espiritual surgida de la vitalidad cultural de las clases populares mestizas y los esclavos negros, plasmado en un sincretismo de creencias africanas, indias y cristianas que toma cuerpo en Sierva Marí­a, la hija no querida del apático y melancólico Marqués de Casalduero, aristócrata español y Bernarda Cabrera, criolla que se casa con él por interés. Sierva Marí­a, ignorada y despreciada por ss padres se crí­a entre la servidumbre y los esclavos de la casa, convirtiéndose en una más de ellos. Sin embargo, la conclusión de Garcí­a Márquez es más bien pesimista y desesperanzada, al final, el contacto (amoroso pero impí­o para las autoridades eclesiásticas de la metrópoli) entre dos mundos, el de Sierva Marí­a, supuestamente poseí­da por varios demonios y el de Cayetano Delaura, vicario español cercano al obispo de la ciudad y encargado de exorcizar a Sierva, queda abortado por la acción de la tradición católica y la novela se precipita hacia un amargo final, donde un futuro viable para ese decadente virreinato de Granada parece quedar definitivamente truncado, salvo por el detalle de los cabellos siempre crecientes de Sierva Marí­a, que simbolizan la vitalidad de las clases populares y sus aspiraciones de emancipación a lo largo de los siglos.

Garcí­a Márquez vierte al papel todo este movidote con una extraordinaria exquisitez formal, tanto en la precisión para el adorno, la metáfora o las hipérboles, como en la evocación de ese mundo que se vací­a como una carcasa seca, y que recuerda al final de Macondo en Cien años de soledad. Quizá tarda un poco demasiado en arrancar para ser una obra tan breve, pero una vez lo hace resulta una lectura muy interesante y disfrutable.

Del amor y otros demonios, de Gabriel García Márquez. Plaza y Janés, 1994, tapa blanda, 169 pp. 7€

3. Las joyas de la serpiente, de Pilar Pedraza

La primera novela de Pedraza es un fenomenal cebollón histórico-cósmico-mí­stico-terrorí­fico, entiendo que inspirado en el Manuscrito encontrado en Zaragoza de Potocki y las obras que, a su vez, inspiraron a éste
; el Decamerón, las Mil y una noches o los Cuentos de Canterbury, etc, pero con las habituales obsesiones de Pedraza; el poder femenino y las diosas lunares, lo impí­o, lo arcano, el sexo, lo siniestro y lo sangriento. Sin embargo el texto es engañoso, al principio accesible e impulsado por la acción, la cosa va complicándose tanto en la densidad formal como oscureciéndose en lo argumental, traicionando quizá al lector. Es decir, en la primera parte se nos plantea un argumento muy sencillo y ágil, picaresco, sobre la misteriosa iniciación en lo arcano de un pazguato en una localidad española durante siglo XVII, pero se cierra de forma muy enigmática en un relato plagado de referencias simbólicas, incluyendo los posibles trastornos psicológicos del protagonista, que dejan numerosos cabos sueltos que, aunque aportan el para mí, necesario misterio y exigen que el lector ponga de su parte, resultan pelín frustrantes.

Por otro lado, esta progresiva complejidad formal y abizarramiento del relato también tiene sus recompensas, hay en la novela, sobre todo en su último tercio, muchas escenas y situaciones memorables por extrañas y maravillosamente escritas, con mención especial a los últimos capí­tulos donde recorreremos los planos divinos e infernales y el misterio aterrador que anida centro del universo, sencillamente he flipao con unas páginas extraordinariamente imaginativas que me va a costar olvidar y que para mí­ han justificado por sí­ solas y con creces, la lectura de la novela.

Las joyas de la serpiente, de Pilar Pedraza. Tusquets, 1988, Tapa blanda, 256 pp. 18€

2. Un verdor terrible, de Benjamín Labatut

Durante el siglo XIX, los numerosos descubrimientos cientí­ficos de la época dibujaban un futuro optimista, la comprensión el mundo por la élite cientí­fica de la época parecí­a un asunto encarrilado; la física, la quí­mica, las matemáticas encajaban en la teorí­a de un diseño universal perfecto y entendible por la mente humana. Lamentablemente, las primeras décadas del siglo XX dieron al traste con esta concepción del mundo; los descubrimientos de Einstein, Schrodinger y, sobre todo Heisenberg, quebraban completamente la forma en que el hombre se enfrentaba con el conocimiento del Universo; cuanto más investigaban los cientá­ficos, más extraña, incluso aterradora, era la imagen que arrojaban sus investigaciones, el sustrato que sostiene y que forma la realidad es, o un agujero oscuro y terrible, o, sobre todo, está gobernado por una serie de leyes que la mente humana no puede aprehender, que siguen una lógica que el sentido común es incapaz de asimilar. El universo funciona con leyes que ningún ser humano entiende.


Labatut relata este proceso centrándose en las vidas de varios investigadores clave en la ciencia del siglo XX, el siglo de la incertidumbre; Grothendieck, Schrödinger o Heisenberg, personajes que, según se nos indica, han de abandonar la lógica del sentido común y convertirse en poco más que mí­sticos más cercanos a la espiritualidad oriental que a otra cosa, obligados a desechar el lenguaje, las metáforas y la lógica que imperaba hasta entonces a la hora de enfrentarse los entresijos de un universo gobernado por un azar incomprensible y establecer nuevos modos de relacionarse con él. A su vez, con el relato sobre Fritz Haber que abre la novela como un informe cuasi periodá­stico, Labatut comienza estableciendo un marco para otra de las ideas que recorren el libro; el de un método cientá­fico capaz de salvar millones de vidas pero que, libre de ataduras mo18€rales, ha provocado algunas de las más terribles matanzas de la historia. A medida que avanza el relato, y sobre todo en el clí­max que conduce al manifiesto final del libro donde las ideas de Heisenberg perfilan la nueva forma en que se relaciona la ciencia y la realidad hasta nuestros dí­as, el estilo de Labatut entra en terrenos más novelí­sticos y de ficción, acercándose a una innovadora mezcla de ensayo biográfico ficcionado, terror materialista pero a la vez mí­stico, psicológico, abstracto y existencial, e incluso con toques de ciencia ficción, extraordinariamente ameno, ingenioso, fascinante y sugerente.

Un verdor terrible, de Benjamín Labatut. Anagrama, 2019, rústica, 219 pp., 18€

1. Capricho, de John Fowles (traducción de Ana María de la Fuente)

Una extraña y fascinante novela ya desde su irónico y metaliterario título, que cobra todo (sus) sentido(s) al cerrar el libro. En un principio es una historia de intriga acerca de la desaparición de cinco viajeros en la región de Devonshire en 1736, estructurada en partes narrativas y transcripciones de interrogatorios, entre los que se insertan diversos artículos periodísticos sobre sucesos de aquel año acontecidos en Inglaterra, al objeto de dar una visión del panorama social de la época. Además, el propio Fowles aparece a lo largo de la novela como posmoderno creador omnisciente, interviniendo para aclarar ciertos puntos del comportamiento y la cosmovisión de los personajes.

Pero al irse desentrañando poco a poco el misterio y su juego de humo y espejos, que llega a ser muy loquérrimo, te das cuenta que la novela está examinando cuestiones sociales e históricas acerca del inmovilismo del antiguo régimen y la natural reacción humana ante la injusticia y la desigualdad de un mundo creado por un Dios infinitamente bondadoso y omnipotente, una antiquísima paradoja que en Inglaterra dio lugar a diversas sectas protestantes como los cuáqueros, durante y después del período revolucionario de 1642-1689 y que, junto a las nuevas ideas ilustradas y otras circunstancias económicas, sociales y hasta climatológicas, desembocaron en la Revolución Americana y Francesa y la aparición de las primeras estructuras democráticas modernas. Además, Fowles, emplea el origen de una de estas sectas igualitarias, los shakers, para examinar las cuestiones del Yo, la espiritualidad, el individualismo y la comunidad relacionándolos con nuestra (pasada) contemporaneidad del s.XX.

En definitiva, un artefacto intelectual complejo, entretenidísimo, profundo y fantásticamente escrito y traducido en esta edición, la típica novela a la que acabas volviendo una y otra vez. 

Capricho, de John Fowles, traducción de Ana María de la Fuente. El Aleph, 2002. Rústica, 448 pp. 22€ segunda mano.

29 diciembre 2023

Cinco tebeos de 2023

Cinco tebeos que he leído este año de los que me apeteció escribir porque me han aportado algo "diferente" que no sé definir; una rareza, una locura, una ambición absurda o, por qué no, una emotividad especial. Imperfectos la mayoría pero, por eso mismo, absolutamente fascinantes.

5. Captain Marvel: The Complete Collection, de Jim Starlin, Steve Englehart, Steve Gerber, Mike Friedrich y Chic Stone

Aunque muchos de los números aquí­ recopilados pueden calificarse de morralla sin más, hay que reconocer que la combinación de historia cósmica y desmelenada de los Titanes, claramente inspirada en los Nuevos Dioses de Kirby, los floridos y ladrillescos diálogos operí­sticos declamados a voces y los señores de extraordinaria fisicidad de bajorrelieve asirio (a tal punto que parece que les hayan despellejado para sustituir su piel por unos coloridos uniformes) dándose salvajemente de ostias mientras dirimen elevadas cuestiones filosóficas, deviene en un kitsch extraño y fascinante a la vez, una fórmula que posteriormente Starlin perfeccionarí­a en la serie de Warlock, en mi opinión su obra cumbre de este perí­odo. Gráficamente Starlin emplea ya recursos de diseño de página que más tarde convertirí­a en manierismos pero que aquí­ resultan frescos y estimulantes, aunque en la mayor parte del tomo el acabado deje que desear, resultado de la evolución artí­stica, el volumen de trabajo y un entintado que, salvo en un par de ocasiones, no es muy allá.

En este volumen también se incluye la legendaria novela gráfica donde Starlin narra la muerte del Capitán. Hací­a muchos años que no la releí­a y la edad me ha aportado nuevas capas de significado que en su dí­a no fui capaz de entender del todo, principalmente la irrupción de una de las cuestiones más básicas y reales de la condición humana en el mundo mí­tico y colorido del superhéroe, la aceptación de la muerte como parte fundamental de la vida y cómo la consciencia de nuestra mortalidad condiciona nuestra existencia. A este respecto las diez o doce últimas y magistrales páginas de la agoní­a de Mar-vell devienen en una cumbre de ese kitsch que mencionaba más arriba, vehiculando estas ideas a través de un combate superhéroico futil, de una forma única y tremendamente emotiva que sólo puede darse en los mejores artefactos de la cultura pop.

Captain Marvel: The Complete Collection, de Jim Starlin, Steve Englehart, Steve Gerber, Mike Friedrich y Chic Stone. Marvel Comics, 2016, rústica, 331 pp. Precios muy caros por copia física en el mercado de segunda mano o 22€ para Kindle.

4. Land, de Kazumi Yamashita

Serializada en Japón entre 2010 y 2020 y ganadora del 25 Gran Premio Cultural Osamu Tezuka en 2021, Land es un adictivo manga de intriga sobre una aldea vigilada por cuatro dioses de gigantesca presencia física. La población se rige por crueles rituales, oprimida por el peso de la tradición que funciona como medio de control social de sus habitantes. A pesar de lo que pueda parecer, no se trata de un análisis de sociedades "primitivas" (perdón) puesto que en esta ocasión los rituales aparecen impuestos desde el exterior. Yamashita se inclina por la metáfora de su contemporaneidad, que recuerda a la película El bosque de Shyamalan, pero en este caso, la elaborada tramoya que despliega Yamashita oculta una realidad todavía más compleja. El desarrollo maneja estupendamente los mecanismos del relato de intriga ofreciendo puntuales acicates y giros argumentales en forma de revelaciones extraordinariamente desconcertantes que dejarían en pañales a cualquier serie basada en la acumulación de misterios y en picar el interés del espectador arrojándole zanahorias de intriga.

Land (ランド), de Kazumi Yamashita. Mangetsu (edición en francés),2024, rústica, 368 pp. 9,95€

3. Las aventuras del Capitan Torrezno, volumen 7. Anamnesis, de Santiago Valenzuela

Después de once tomos, veinte años y casi dos mil páginas (o sin el casi) poco nuevo soy capaz de decir de Las aventuras del Capitán Torrezno. La serie continúa su personalí­simo rumbo sin concesiones, manteniendo sus virtudes (muchí­simas) y sus defectos (ninguno); una absorbente mezcla de aventura épica, género fantástico, crónica viajera, intriga polí­tica, historia militar, religiones comparadas, mitologí­a, antropologí­a, filosofí­a, costumbrismo humorí­stico, internet y autoconsciente reflexión metanarrativa sobre la creación de universos literarios y dibujados, revelando una serie de misterios, planteando otros y con la resolución asomando ya en el horizonte.

En este caso el tomazo se estructura alrededor de dos polos, el primero es un tour de force narrativo en el que se cuenta la resurrección de Torrezno, esto es, tres fases del "viaje del Héroe" en tu puta cara, y el segundo es el momento de sentido de la maravilla de la anamnesis ("amiga, date cuenta" en griego) tanto para los personajes que se asoman al mundo de los altos como para el lector. Ambas tramas se engarzan en las tramas de guerra entre microimperios, intrigas de técnicos y crónicas de exploradores que continúan desde los anteriores tomos y que han tomado un ritmo un poco de manga-rí­o sobre el Romance de los Tres Reinos chino pero de un alcance temático y argumental gigantesco, tremendo fregao que personalmente disfruto muchí­simo porque es totalmente mi rollo y que me tiene sumido en una extraña contradicción; por un lado estoy deseando llegar al final y releerme la serie veinte veces seguidas, pero, por otro, ojalá esto no acabase nunca.

Las aventuras del Capitan Torrezno, volumen 7. Anamnesis, de Santiago Valenzuela. Astiberri, 2023. Rústica, 304 pp.30€. 

2. Cankor, de Matthew Allison

Un tebeo a medio camino entre el Flex Mentallo de Morrison y Quitely, Consumido, de Joe Matt y Ed, the Happy Clown de Chester Brown, con una mirí­ada de influencias de fondo; Jack Kirby, el Jim Starlin más cósmico, Metal Hurlant, el Image "clásico" y, sobre todo, el tebeo alternativo de los noventa que versa sobre hombres jóvenes blancos, individualistas, airados y neuróticos. En este caso asistiremos a los procesos mentales de un trasunto del propio Allison en un momento bastante chungo de su vida atrapado en un trabajo sin futuro, alcoholizado y con unos hábitos alimenticios más que dudosos. Los conflictos de frustración y rabia que paralizan a Allison se metaforizan en una serie de surrealistas historias de superhéroes que no son más que variaciones del mismo cyborg Cankor; Shankor, Kankor, Xankor o Sterankor (XD), cuyas absurdas y violentas historias sin argumento reconocible son como una pesadilla que manifestase las angustias del subconsciente de alguien que se hubiese leí­do todos los tebeos de las tres primeras décadas Marvel de una sentada, un marasmo de acciones iracundas y cuerpos mutilados que resucitan una y otra vez. Además Allison goza de un espléndido sentido del humor, incluyendo un "Stan Lee created by Bob Kane" en la lista de créditos, señalando sus propios "plagios", capítulos con títulos como "Van Halen vs The Clash" o "¡Así­ habló Milgrom!" y la graciosísima parodia del Comics Journal.



Sin embargo es en lo gráfico donde Allison destaca. Situado entre Kirby, Starlin, Quitely y el propio Chester Brown, sus páginas resultan completamente espectaculares, sobre todo por su poderosa imaginación visual, su composición de la viñeta, su fascinación con el cuerpo y su desmembramiento como metáforas, sus colores planos y apagados y su limpí­simo acabado. Un autor completamente a seguir.

Cankor Collected Edition, de Matthew Allison. Autopublicado, 2023. Tapa dura 216 pp. Unos 60€ (gastos de envío y aduana incluidos).

1. Hirayasumi, de Keigo Shinzō (traducción de Marc Bernabé)

Extraordinario manga costumbrista de protagonismo progresivamente coral cuyos cimientos recuerdan el subtexto de obras como la también sensacional Yotsuba, esto es, la vida concebida como una serie de pequeños y fugaces momentos de felicidad cotidiana generados, enriquecidos y entretejidos por las relaciones entre los seres humanos. Es un tebeo que carece de cualquier rastro de cinismo sin resultar empalagoso, es gracioso, reconfortante, tierno y emotivo y está dibujado y narrado de la rehostia, con una sencillez, una fluidez y una facilidad tan naturales como el acto de respirar. Una maravilla.

Hirayasumi, de Keigo Shinzō, traducción de Marc Bernabé. Milky Way Ediciones. Rústica, 192 pp. 9€

04 julio 2006

Miedo a las cosas normales
















Existe cierta historia secreta del pop español, una melodía apenas perceptible pero firme a pesar de todo, una distorsión hermosa que continua sonando debajo del estruendo de los Cuarenta Principales y la lista del AFYVE. Que florece al margen incluso de las emisoras "minoritarias" que, como Radio 3, comercializan como indie o alternativo esa música española que peor imita las modas de fuera. Es esa luz que nunca se apaga, entre lo sublime y lo esperpéntico, de sutil humor negro que no podría existir en otro lugar que no fuera España, embelesando a unos pocos elegidos, convencidos de haber descubierto un secreto único y reservado sólo para gente cuyos oídos y cerebro funcionan en una distinta longitud de onda. Son los herederos de Augusto Algueró, Jaume Sisa y Chicho Sánchez Ferlosio, y de Vainica Doble sobre todo; Kiki d´aki y el Zurdo, Aventuras de Kirlian, Le Mans e Ibon Errazkin, Carlos Berlanga, Terry IV y Meteoro, Parade, TCR (sin Felipón), Los Caramelos... Y ahora Espanto.

Espanto son Teresa y Luis, un dúo de Logroño últimos vástagos de esta tradición musical oculta. Sabia destilación de todo ese pop español vainiqueño que mezcla en sus canciones retratos de personajes disfuncionales y situaciones cotidianas de masoquismo y hastío existencial visto a través de la óptica cotidianamente absurda y grotesca, dolorosamente cercana y de una poética particular de un Ferreri o un Berlanga o una Calle Mayor. Espanto es la tristeza del oficinista enamorado haciendo el ridículo en la cena de la empresa, un niño berreando en un parque de atracciones vestido de marinerito el día de su comunión, la chica gorda rechazada en los bailes de las verbenas. Son la mosca zumbando durante las tardes de hastío veraniego en el pueblo, algo inquietante, algo que no está del todo bien en un paisaje placentero, en una playa que acabará abarrotándose de gente corriendo en chancletas. Espanto es, finalmente, el grupo español más inteligente, más sutil y más exquisito en referencias, el que hace las canciones más bonitas, como de comedia de Tati, de esas que resuenan en la memoria, que parecen escritas para ti, que aún no habiéndolas escuchado antes parecen la banda sonora de tu vida. En definitiva, son los que más molan. Y molan pero mucho.

Por supuesto en estos modernos tiempos de internet podéis disfrutar de la segunda maqueta de Espanto en el engendro de Rupert Murdoch (hasta que el Espanto ocupe su merecido espacio propio). Cuatro canciones como cuatro soles; Daltonismo o la perplejidad ante el fracaso de quien creyó que lo suyo en la vida sería diferente: quien te iba a decir/que serías así/que lo azul era blanco/lo blanco era negro/lo negro era gris. Miedo a las cosas normales, sobre el pavor cotidiano al mundo y a la gente cercanas, el único miedo cierto y mezquino. Don Juan, la canción de desamor que guarda la mejor definición de esa sutil inquietud que provoca Espanto; el vaso de leche tiene una mosca/tu tiempo se acaba/pasan las modas. Y Mantas, la necesidad de amar en clave de metáfora textil, quién no se ha sentido como una manta de perro muchas veces.

Pueden pedir la maqueta o el fanzine "El optimista" a los propios Espanto en la casilla de optimistaoptimismo@hotmail.com y podrá disfrutar en la comodidad de su hogar de lo que es ya objeto de culto.

16 junio 2006

Museos


Si una cosa tengo que agradecer a mis padres (aparte de minucias como criarme, darme de comer, educarme, soportarme, quitarme la mierda, etc, etc, etc...) fueron esos primeros cuatro años en la buhardilla de Amor de Dios que ahora recuerdo como los más extraños y fantásticos, una época pasada en un mundo no del todo real. Ya saben, esos años de la infancia en que todo es tan nuevo y maravilloso que, con la distancia, parece vivido en algún país imaginario u onírico ya cerrado para siempre.

Lo malo que tenía residir en una callejuela del barrio de Huertas de Madrid era que a ver dónde sacabas al jodío niño a que se desfogase pegando carreras o liándose a cantazos con los otros críos. A veces, en las mañanas de invierno, mi madre me tapaba de pies a cabeza y me sacaba a hacer el cabra por el Retiro. Me gustaban especialmente los vetustos triciclos de ruedas enormes que se podían alquilar allí o ir a ver a los patos en el estanque del Palacio de Cristal y tirarles miguitas. Pero los domingos era otra cosa, los domingos tocaba museo.

Sí, en casa de toda la vida se nos ha llevado a museos. No tengo idea de dónde salía la afición, supongo que mis padres tenían la peregrina idea de que algo de cultura calaría en mi cabezón y el de mis hermanos y al final daría su fruto convirtiéndonos en personas de provecho. Pobrecillos...

El caso es que hubo un museo entre todos los de Madrid que me dejó absolutamente marcado para los restos y que aún hoy marca algunos de mis gustos; el Museo de Ciencias Naturales de Madrid junto a la Castellana. (Inciso, también me encantaba el Museo del Ejército, sobre todo por aquella deslumbrante colección de soldaditos de plomo, pero esto sólo me llevó a jugar compulsivamente a Call of Duty y poco más, ni wargamero, ni nada. Ni siquiera hice la mili...).

Recuerdo perfectamente el primer día que visitamos el Museo. Mi padre me había prometido todo tipo de bichos, que me encantaban; tigres, rinocerontes, cocodrilos, un elefante (mi animal favorito de la época). Y, sobre todo, ¡¡dinosaurios!!, habría dinosaurios en toda su terrible majestad. Como devorador de todo tipo de libros que caían en mis manos sobre los terribles bichos eso era algo que no podía resistir (aclaración, yo era tan cool que les hablo de muchísimos años antes de Parque Jurásico). Así que tan contento, casi ni dormí esa noche pensando en lo que me esperaba.

Cómo explicar el puro asombro nada más entrar..., aquel suelo de madera que crujía, las vitrinas de madera oscura donde se exhibían los animales, evocadoras como cajas de Cornell, bajo aquel techo que me parecía imposiblemente alto y el corredor que rodeaba toda la sala principal. Y los animales, claro. Leones atrapados en el tiempo y el polvo, surgiendo entre la hierba alta y seca, aquel impresionante elefante, la jirafa, los inquietantes chimpancés y gorilas, que parecían fuera de lugar allí, como si hubiera algo malo en disecarlos. Paseaba entre las vitrinas reconociendo a mis animales favoritos; el elefante, los rinocerontes, los leopardos, la majestuosa pantera negra (espera, ¿había una pantera negra?. Yo la recuerdo pero...). con una sensación extraña, acobardado casi ante las miradas de plástico que te dirigían.

Después de los mamíferos pasábamos a la sala de aves, que reconozco no eran lo mío, exceptuando las grandes rapaces que me impresionaban por su enorme tamaño, sobre todo el búho real. Subíamos arriba, donde los reptiles y los peces. Recuerdo que los reptiles estaban expuestos en una galería elevada que recorría toda la sala central de los mamíferos, el hall de entrada. Caminaba con cuidado mirando hacia abajo, con aquellos preocupantes crujidos en la madera, más ocupado con la altura que por los bichos expuestos. Abajo la gente deambulaba entre las vitrinas.

En la sala de los animales marinos la imagen se difumina, la realidad mezclada con una niebla de fantasía y hechos construidos y reconstruidos una y otra vez en la memoria, deformados, embellecidos, terribles; fetos de tiburón en frascos de formol, una manta raya que brillaba como el cuero colgada de una pared enorme, caparazones de tortuga carey en el techo, ¿o quizá el esqueleto de una ballena?. Recuerdo expositores que soñaba abrir, donde estarían clasificadas todas las conchas marinas del mundo, todas las mariposas, todos los escarabajos de caparazones iridiscentes como joyas de otro mundo pulcramente alineadas bajo los cristales, huevos moteados, azules o blancos inmaculados, ordenados por tamaños y colores entre pedazos de papel roto en los que aún se podían leer anotaciones a carboncillo...

Y al fin, pasando a otro pabellón llegaron los dinosaurios. La réplica de un alargado y pequeño diplodocus de huesos negros que se elevaba sobre mí (intenté tocar uno de los pequeños huesecillos de la cola). Un ictiosauro con una cría en su interior atrapados en la piedra y el tiempo. La cabeza y los maxilares de un mamut que, creo recordar se había encontrado en la sierra de Madrid (me los imaginaba bajando en manadas a pastar en las planicies de Atocha). Y finalmente algo que me fascinó, el esqueleto de un Megaterio americano, una especie de oso perezoso gigante que solía ir a cuatro patas y alcanzaba los tres metros cuando se erguía. A mí me parecía imposiblemente enorme. Lo más fascinante es que se trataba de un fósil que llegó a Madrid a finales del siglo XVIII traído desde Argentina vía Galicia y luego en carreta hasta la capital. Con el tiempo, ya más mayor, me gustaba imaginar el revuelo de maquillajes y pelucas de las personalidades de la época alrededor del gigante en el gabinete de curiosidades de Carlos III, contemplando admirados a uno de los gigantes que poblaban el mundo antes del Diluvio, uno de los bocetos de Dios.

He de reconocer que la sala de dinosaurios me defraudó, es decir, ¡¡¡sólo había esqueletos!!!, ¿¿¿donde estaban los ojillos terribles del Tiranosaurio de los libros que devoraba, la piel rugosa como una pelota de baloncesto, las garras brillantes desgarrando la cresta de un Triceratops, los dientes húmedos de sangre???. Un timo, hombre...

Con el pasar de los años el Museo de Ciencias Naturales se fue convirtiendo en un lugar mítico que yo iba, más o menos, construyendo en alguna parte de mi memoria a base de recuerdos que quizá no eran ciertos pero que eran aún más poderosos, porque el Museo dejaba de ser un lugar real para pasar a ser una creación interior y totalmente mía.

Así que imagínense el chasco cuando hace un par de años me llevo a la novia a verlo un brillante domingo por la mañana como manda la tradición de visitas museísticas (después de meses y meses de darle la paliza con lo impresionante que era el museo y los prodigios que guardaba). Lo que en mi infancia era un atractivo ambiente decimonónico y un pelo decadente, se había trocado por un triste quiero y no puedo, intentando ponerse a la altura de la modernidad museística interactiva. Un espantoso modelo gigante de poliexpán nos daba la bienvenida a una triste exposición multimedia sobre dinosaurios (el elefante de mi infancia arrinconado en una esquina junto a una triste tienda de regalos). La zona marina era ahora un caos apocalíptico de neones azules y amarillos, plásticos, gráficos, pantallitas y auriculares. En el piso superior una exposición sobre plantas con una máquina demencial tan cutre que no hubiera servido de atrezzo ni en un capítulo de Dr. Who. En los sótanos, una especie de pozo de hormigón desde cuyas alturas colgaban multitud de cabezas de grandes ungulados, felinos, morsas y demás feroces bestias que daba un vértigo y un mal rollo considerable. Y, en el centro de ese pozo, intentando evocar los "gabinetes de curiosidades" que dieron origen a los museos de ciencias naturales en el Siglo de las Luces, habían habilitado una emulación del Real Gabinete de Ciencias Naturales de Carlos III, germen del Museo y que, originalmente, estaba expuesto en la Academia de Bellas Artes de San Fernando (era una colección comprada a un naturalista ecuatoriano de Guayaquil). Una vitrina conteniendo una irónica e ingeniosa recreación de Adán y Eva en el Jardín del Edén al estilo de Joseph Cornell creada con parte del fondo de la colección del Museo era el centro de una pequeña recreación de época; huevos clasificados, conchas, pieles, instrumentos científicos, documentos, un carrillón y un par de muebles.

Al menos, en el área de paleontología los fósiles más importantes no han sido movidos aunque sí rodeados de más parafernalia multimedia, qué plaga. Pero allí, al fondo, aún se puede contemplar el gran Megaterio y asombrarse. Y a pesar de que soy consciente de ser injusto con el Museo por mi resistencia a los cambios y la fidelidad que guardo a un recuerdo seguramente falso, no podía evitar volver a sentir la mano de mi padre al contemplar aquellos restos milenarios y, aferrado a aquella sensación, comprendí que recordar era básicamente engañarse, un acto desesperado con el que reorganizar la realidad, darle sentido y encontrar la paz. Pero yo sentía todavía aquella mano, la presencia de mi padre, confortándome. Y al final, eso es lo único que cuenta.

04 junio 2006

Salón del Comic 2006: Lista de la compra

Nacho me convoca con motivo del Sarao del Cómic de Barcelona y yo aparezco, escucho y obedezco, como los djinn de las Mil y Una Noches. Porque soy como los burros, si no me pinchan no produzco.

La cosa es hacer una lista de la compra que no supere los cien euros, por si tienen una calderilla y quieren invertirla en tebeos en vez de telfónicas o metrovacesas. Una pequeña guía para navegar por los procelosos mares de los puestos, las novedades, las tiendas y las listas de los blogs de internet. O mejor, si están parados como yo o viven en un cajón de una céntrica calle de la gran ciudad ganándose la vida mendigando, será una lista de gran utilidad para escoger qué leer en Agosto cuando se vayan a pasar las tardes en los frescos pasillos de la FNAC.

Esta vez en mi lista hay que diferenciar dos cosas, una son los tebeos que recomiendo y otra los tebeos que voy a comprar que no llegan a los cien euros ni de coña. Paradoja muy sencilla de resolver; hay tebeos que ya adquirí en su día en inglés y no voy a volver a comprar ahora. Y segundo, puesto que a partir de agosto me quedo sin subsidio, no tengo trabajo, hay multitud de facturas por pagar y dado el hecho de que tendré que subsistir a base de ahorros hasta que pasado el verano me incorpore al fascinante mundo del telemárketing vendiendo móviles desde un sótano encandenado con otros infelices por setecientos y pico euros/mes, voy a pasar de bastantes novedades que, en otras circunstancias sí compraría.

Por orden de aparición en la utilísima lista del abnegado Álvaro Pons, novedades que compraré con toda probabilidad mediante el tradicional recurso de malvender tebeos viejos para comprar otros nuevos:

Magic Boy, de James Kochalka. 6,95€. Éste si cae, por fin algo del prestigioso Kochalka en castellano, valor del undergraun americano del que he oído hablar mucho pero del que no he tenido el placer de leer nada, así que tampoco voy con muchas expectativas. Pero por un talego que cuesta...

Caricatura, de Daniel Clowes 14€. Uno de mis obligados. A pesar de que lo último que he leído del famoso autor no me ha gustado demasiado y que ser fan de Clowes ya huele un poco a moderno revenido, no voy a poder evitar picar con lo que es su recopilación de historias cortas definitiva. Lo que no acabo de entender son esas ciento y poco páginas por 14 euros cuando el Locas, siendo un tochopáginas cuesta 12. Misterios.

Locas 1, de Jaime Hernández. 12€. Si hiciera una sola compra en el Saló sería ésta. Y seguramente tanto en este volumen como en el siguiente se incluya buena cantidad de material inédito, así que quien ya tenga lo editado por La Cúpula haría bien en agenciarse ésta nueva edición (de portada horrible).

Posyastá. Chupao, treintaypocos leuros en novedades, es mi mejor marca de todos los tiempos. Y ahora, para no hacer más el ridículo, va la lista de tebeos que recomiendo porque ya tengo o que compraría si tuviese trabajo, dinero y esas cosas:

Aritmética ilustrada. Ilustraciones y selección de problemas: Juan Berrio. Pues esto seguro que es una monada de libro, Berrio es uno de mis ilustradores preferidos seleccionando problemas de añejos libros de texto e ilustrándolos con su infalible buen gusto. Pero claro, además es una pijada del catorce, un objeto de lujo más que otra cosa; un libro de aritmética por cuatromilquinientas lúas de nada (cualquier día sale la cartilla o los cuadernos de caligrafía ilustrados por Frazetta a doscientos euros). Así que me conformaré con ver su exposición en el Espacio Sinsen tido de Madrid que es gratis (hasta el 24 de junio, yo me pasaré el 22 o 23, por si alguien quiere invitarme a unas cañas).

STUCK RUBBER BABY (Un mundo de diferencias), de Howard Cruse. Premiadísima obra de temática gay (que uno no sabe si tanto premio es por la calidad intrínseca del tebeo o por lo de la temática de marras) que Dolmen lleva anunciando durante años. Como tiene una pinta políticamente correcta que tira para atrás, y no estoy para historias sensibles, profundas y muy, muy humanas, esta vez creo que paso. Y con lo que cuesta me hago la compra de fruta y verdura de la semana y me sobra para unos cafés.

EX MACHINA 1. ESTADO DE EMERGENCIA, de Brian K. Vaughan y Tony Harris. HÉROE AL CUADRADO 1, de Keith Giffen y J.M. DeMatteis y Joe Abraham. CONCRETE 1. LAS PROFUNDIDADES, de Paul Chadwick. Tres títulos de superhéroes que no son superhéroes con muy buena pinta, de esos que todo el mundo habla para bien pero de los que pasaré porque soy pobre de solemnidad (a un paso de pobre de pedir). Si me pierdo algo, me lo decís y hago un esfuerzo.

STRATOS, de Miguelanxo Prado. Soy muy fan de Prado desde que me deslumbró con "La enciclopedia délfica" (maravilloso tebeo de cf que jamás me cansaré de recomendar). Si pudiera me pillaría "Manuel Montano", e, incluso "Tangencias", que reedita Norma para la ocasión, pero únicamente recomendaré "Stratos", el reverso sucio de "La enciclopedia...", un tebeo muy Toutain, de sólida ciencia ficción social que tanto se llevaba en la época (lagrimita nostálgica). Del resto pueden agenciarse "Manuel Montano", un entretenido ejercicio de noir ejpañol. Pueden pasar de "Tangencias", historias cortas sobre parejas pijas y aburridas, bellamente dibujado pero que, en definitiva, es un rollete a lo cine francés de qualité que da ganas de salir a la calle a liarse a ostias con los novios de la primera boda que encuentren.

VALERIAN, AGENTE ESPACIOTEMPORAL 2, de Christin y Mézières. Las historias de Valerian son maravillosas y esta edición es estupenda, pero dada mi situación económica y que ya tengo varios números de la serie, iré por las tiendas de segunda mano con mi manoseada lista (manchada de café y grasa de churro) de los mejores álbumcitos antiguos e iré completando mi colección poco a poco a base de libritos a cuatro euros. Ni se les ocurra hacer lo mismo, yendo por delante de mí y jorobándome el plan.

Superman: Aventuras 1: ¡Arriba, arriba y fuera!, de Mark Millar, Aluir Amancio y Terry Austin. Un competente tebeo de superhéroes al nivel de las "Aventuras de Batman" con el que comparte miniformato. Escritas por un Millar menos capullete de lo habitual, más en la línea de "Red Son" que de "Ultimates". Correcta actualización de las historias clásicas y sencillas de los tebeos Novaro de mi infancia. El único pero es Aluir Amancio, sospechoso nombre bajo el cual se oculta un dibujante con bochornosa tendencia a insertar banderitas USA de fondo en los momentos más épicos, pero como sigue a rajatabla los patrones cartoon que impuso Bruce Timm en su día, se le soporta. Por cierto, lo de "Arriba, arriba y fuera" como traducción de "Up, Up and Away", es otra razón para darse a la nostalgia Novaro.

El derrotista, de Harvey Pekar y Dean Haspiel. La peli de "American Splendor" me gustó mucho, el tebeo no tanto (y como dice mi novia, "¿para qué voy a leer el tebeo si ya tengo la película?", la sabiduría popular en todo su esplendor). Además tiene el hándicap de que viene muy bien avalado por Álvaro Pons, con lo que seguramente posponga su compra para cuando haya ganado mi primer millón vendiendo móviles.

El Show de Cowboy Wally, de Kyle Baker. Un descojono, se sale, compradlo sin dudar, mucho mejor que el famoso y fallido "Por qué odio Saturno".

KING, de Ho Che Anderson. Gráficamente tiene una pinta majestuosa aunque el tema a tratar no me interese demasiado en un principio (biografía de Martin Luther King). De nuevo la lujosa edición me va a obligar a dejarlo pasar. A ver si desvalijando turistas que vayan vagando en coma etílico por el Húmedo reúno la pasta...

Ah, por supuesto quien no tenga o quiera renovar los cuadernitos de Agujero Negro de Charles Burns, puede aprovechar y comprarse el tomo que también publica la Cúpula.

20 marzo 2006

The Algebraist, de Iain M. Banks



Ya conocéis la sensación de enfrentarse a una saga. O la de coleccionar tebeos. Por muy bonito que te lo pinten, somos una panda de vagos redomados y como una colección ya vaya por el número 26, uno no se sube al carro. Cuando se trata de una saga como La Cultura (que tiene 7 libros que se leen en más tiempo que en todas las sagas de la Patrulla-X de Claremont) ya ni te cuento. Por muy buena que sea, lo tiene un poco crudo para que los lectores se armen de valor y se atrevan con ella. ¡Pero no temáis, queridos amigos de la estación fantasma! El señor Banks tiene la solución: The Algebraist.

Como todo buen punto de partida y libro accesible con una calidad mínima, Banks tira al lector en medio de un océano para que se entere bien de qué va todo esto. El lector poco entrenado se sentirá bastante perdido al comienzo del libro (como cuando juegas tu primera partida de ajedrez, que te barren del mapa mientras perplejo te preguntas cuándo comenzaste a errar), pero es algo que se agradece; la táctica para "educar al lector" que emplea Banks no es explicar todas las reglas, sino aprender jugando: el primer capítulo no es un libro de historia sobre el universo en el que se enmarca The Algebraist, por lo que al principio la sensación de extrañamiento es mayor, es difícil entender lo que está pasando. Por un lado tienes la típica descripción del prota y de sus cosillas; en otra secuencia describe una especie de supervillano de teleserie más feo que pegar a un padre con un calcetín sudado y más malo que una partida de Risk sin dados; poco a poco se introducen las peculiaridades de la sociedad imperante en la galaxia, la Mercatoria; para al final darte un poco de acción y sobre todo, razones para pasar la página.

Así que tienes al protagonista de turno, que esta vez es un tal Fassin Taak, un humano que a pesar de haberse corrido sus juergas terminó haciendo lo que la sociedad esperaba de él, ser una suerte de investigador/documentalista que se encarga de estudiar e interactuar con los Dwellers (los Moradores), una raza de excéntricos alienígenas matusalenes que viven en los gigantes gaseosos perdidos por las galaxias, y que han sobrevivido a todas las demás razas. Ulubis, el sistema en donde vive, tiene uno de los centros de investigación de Moradores más importantes, y Fassin ha conseguido labrarse su fama haciendo un buen trabajo, revolucionando también la manera de llevar a cabo su trabajo.

Por otro lado, el malo malísimo de la historia, al Archimandrite Luseferous (más malo que Lucifer, el Luciferoz este) le encomiendan que se dirija al sistema Ulubis a realizar unos asuntillos (y ya de paso arrasarlo). Pero claro, los pobres habitantes de Ulubis están alejados de la mano de Dios, porque el agujero de gusano que los conectaba con el resto de la civilización se lo cargaron unos desalmados que viven en la periferia, así que lo de pedir ayuda está bastante difícil.

Sin embargo, la Mercatoria (que así se llama la sociedad imperante) ya se ha enterado de lo que está pasando, y va a poner las medidas necesarias para defender Ulubis. Pero claro, toda defensa tiene un precio, ninguna acción es desinteresada, etc. etc. Y lo que quiere la Mercatoria es el acceso a una información secreta que supuestamente tienen los Moradores, la clave para viajar a mayor velocidad que la de la luz sin necesidad de los molestos agujeros de gusano. Y encima la clave está en los estudios que llevaron a la fama a Fassin, así que al pobre del prota le recae ser el elegido de la historia.

Y con esa historia y con una inmensa cantidad de giros argumentales ropias de una maxi-serie de 12 números con cliffhanger al final de cada uno, Banks labra una novela en el que cuenta la historia que le apetecía en ese momento. Fuera de los límites marcados en La Cultura, este universo destaca por la diferencia entre las especies lentas y las rápidas, y la capacidad de desincronizarse con el mundo rápido para sincronizarte con el lento. El modo de ver la vida, el modo de producir historia viene diferenciado por el estilo rápido o lento, y lo que para unos puede suponer el apocalipsis, para otros es una mera trifulca entre mosquitos sin importancia.

También destaca el papel de la Inteligencia Artificial como gran enemigo. La Mercatoria tiene su guerra declarada, y el miedo a las IA de los pueblos adscritos a su modo de vida es similar a cualquier enemigo imaginario al que tenga la guerra declarada los EE UU. Entre Luciferoz y las IAs podría quedar una historia muy maniquea, pero Banks sabe introducir la escala de grises en la propia Mercatoria, su jerarquía y su política, como reflejo de la sociedad neoliberal en la que nos vemos envueltos; Fassin en su juventud vive con esos jóvenes anti-glob... anti-Mercatoria, que se manifiestan en contra de su sistema por sus acciones marginalizadoras de aquellos que deciden vivir apartados, los Beyonders.

Poco a poco, la historia e historias van tomando forma, enredándose y desenredándose una a una, mientras el lector se entretiene con las aventuras de Fassin y el misterio que queda por resolver; es fácil describir a The Algebraist como una novela de aventuras con estructura detectivesca, sobre todo cuando ya queda poco para cerrar el libro y el lector pide a gritos que todo se solucione. Al final, todo el embrollo se resuelve (con muchas explosiones para deleite de los que les guste la acción), todo queda bien atado, y la novela queda cerradita en su justa medida.

Sólo cabe esperar que publiquen esta novela en castellano para que todos aquellos que no se atrevan con la Cultura piquen y prueben qué es lo que pueden encontrar en ese autorazo que es Iain M. Banks. Pero claro, siempre teniendo en vista a la Cultura, obra mayor de Banks. Y mientras los editores se deciden, y para seguir abriendo boca (o cerrarla ya del todo) en xootablog! podréis encontrar otra visión de la novela.


13 marzo 2006

Tebeos que me convirtieron en lo que soy: La Patrulla-X



Sí, la Patrulla-X, nada de X-Men. Para mí los X-Men serán toda la vida la Patrulla-X, la creativa solución de ediciones Vértice a un título en principio con tan poco gancho como "Hombres-X". Aunque a mí me gusta imaginar que dicha traducción Vértice es una ironía castiza de la quinta dimensión sobre el título DC que inspiró la Patrulla-X original de Marvel (creación de Stan Lee y Jack Kirby), la extraña Patrulla Condenada.

En mi memoria los primeros recuerdos sobre La Patrulla-X se remontan al grupo original, asociados a un frágil Profesor X y su escuela para Jóvenes Talentos mutantes donde el Cíclope, el Ángel, la Bestia, el Hombre de Hielo y la Chica Maravillosa aprenderían a manejar unos poderes que apenas podrían comprender. Aquellos muchachos uniformados, siempre huyendo del populacho que los odiaba, con esa sempiterna sensación de fracaso o de haber metido la pata en la misión, circunspectos y tristes, incluso con un punto cool, como un grupo indie donostiarra de universitarios tímidos. Aquel misterioso Cíclope que nunca podía enseñarnos sus ojos, serio, distante, agobiado por la responsabilidad de liderar el equipo, incapaz de expresar sus sentimientos a la mujer que amaba y, que para más inri le correspondía. O aquellos pasillos futuristas de la guarida de Lucifer, patrullados monótonamente por Ultra Robots o los maravillosos diseños retro sixties de Steranko para la Ciudad de los Mutantes. Aquellos tebeos que siempre estarán unidos al aséptico estilo del dibujante Werner Roth y a amarillentos volúmenes de Vértice que cambiaba en un kiosco cuando iba a La Adrada de vacaciones. La Patrulla era el tebeo, por encima de Spiderman, 4 Fantásticos o Vengadores que más me atraía, el más misterioso y más extraño de entender para mí. O quizá el secreto de aquel misterio era únicamente que siempre tenían poquísimos ejemplares de una colección que era la que más costaba encontrar. Lo que la convertía en un difícil rompecabezas que uno recomponía como buenamente podía poniendo mucho de mi propia imaginación. Pero daba igual, con tal de que la historia "acabara" y no continuara en otro tebeo imposible de encontrar, que nunca leería. Que fácil es localizar los traumas de un coleccionista de tebeos, ¿verdad?.

Pasaron los años y perdí contacto con la Patrulla. A veces, mi padre me traía de Mieres, donde estuvo trabajando una temporada, más tomitos de Vértice que encontraba en una tienda de segunda mano; la maravillosa historia en la que el Capitán América y Cráneo Rojo intercambian cuerpos (mente limpia, mente limpia), del robot Archie, alguno suelto del Hombre de Hierro (contra el Guardián). Pasaremos de puntillas por la época Marvel-Bruguera hasta que, mi padre, de nuevo, apareció por casa con el número 1 de Spiderman edición Fórum que aún conservo en algún rincón del armario de la habitación en casa de mis padres. Ese tebeo marcó el principio de mi carrerón como coleccionista y lector de tebeos como Dios manda, a partir de entonces guardaría los tebeos en vez de tirarlos cuando ya desbordaban el hueco de la mesita de noche. Ese tebeo es mi atávica moneda Número Uno, como la del Tío Gilito. Después de Spiderman vinieron Daredevil o los 4 Fantásticos que continuaban aquella historia de la Esfinge y Xandar con unos 4F que morían de vejez y que Bruguera nos había dejado colgada en Spiderman (los 4 Fantásticos venían de complemento en el Spiderman de Bruguera, pa que luego os quejéis de Planeta o de Panini...). Era el Año Uno de la nueva edición Marvel en España, aquello sí que fue una Transición del tebeo de superhéroes que marcó mi vida y no la del paripé democrático.

Ahora me permitirán un pequeño inciso. En aquella confusa época, había otra editorial que todo el mundo habrá olvidado ya; Surco, la heredera de Vértice (un recuerdo desde aquí a Rom, Motorista Fantasma y otros tebeos serie B que me salvaron la vida). Durante unas aburridas vacaciones en Jadraque donde mi único entretenimiento era ir a por tebeos, leerlos y copiar los dibujos en un cuaderno, compré el primer número de la Patrulla-X de Surco. Aquello fue una hostia en toda la frente, arrojado al atronador fragor de una batalla descomunal contra Proteo en Escocia. No tenía ni idea de quienes eran aquellos personajes que respondían al viejo y evocador título; un tío ruso de acero, una negra macizorra con el pelo blanco, un bicho azul, la Chica Maravillosa ahora se llamaba Fénix. Por lo menos salía el Cíclope. Y aquel dibujo estaba de puta madre.

Así que de vuelta a Madrid me dediqué a buscar como loco por los quioscos la Patrulla de Surco donde Chris Claremont a los guiones, John Byrne al dibujo y ambos al argumento, enfilaban el tramo final de su legendaria colaboración de la manera más espectacular posible. Grabado a fuego tengo el asalto al club Fuego Infernal con aquella Patrulla derrotada y ese final impactante de Lobezno surgiendo del agua de una alcantarilla, rabioso y desafiante, con aquella mirada que prometía adrenalina, sangre y venganza en satisfactorias cantidades industriales que culminarían en el mítico y seminal Lobezno solo. Y, finalmente, el número 6 de la edición Surco, Fénix Oscura, que nunca pude encontrar. Y se acabó Patrulla-X. Me leí aquellos tebeos cienes y cienes de veces, me cargué hasta las cubiertas. Para que luego digan de la continuidad y blablabla, apenas te enterabas de las referencias de aquellas historias y los disfrutabas que daba gloria, lo que pasa es que el que nace predestinado para leer tebeos se queda así de tarado toda la vida y punto.

Por otro lado, en los correos de las colecciones Fórum, los sufridos y veteranos lectores que andaban más al loro reclamaban la edición de la Inombrable-X como la llamaba Pérez Navarro. Nos arrojaron algunos caramelos en aquellos entrañables Extra Superhéroes; la miniserie de Lobezno de Claremont/Miller y La Patrulla-X vs los Micronautas (plagada de personajes y situaciones que no se verían en la colección madre hasta pasados unos cuantos años, en aquellos tiempos no había tantos escrúpulos). O la fastuosa novela gráfica Dios ama, el hombre mata. Hasta que finalmente Surco cerró el chiringuito y Fórum se hizo con los derechos de la Patrulla y alguna colección más, poniendo las bases de lo que sería luego la más larga edición de tebeos Marvel en España. Así, el tebeo más esperado por los fans apareció como la Segunda Venida de Cristo, el nº1 de la edición Fórum de la Patrulla-X; Segunda génesis se titulaba, con la reedición del anual americano de 1975 que narraba el inició la nueva Patrulla y ya, enlazando con la edición Surco, los últimos episodios dibujados por un Byrne post-muerte de Fénix (cosa que me fastidió enormemente, pensé que no leería aquella Muerte de Fénix nunca jamás).

Así que mi vida tebeística se encauzó y normalizó en una cómoda rutina durante unos cuantos años. Ahora parecerá increíble pero por aquella época ha los tebeos se compraban en quiosco. Sí, salías de casa, un paseíllo de diez minutos y a rebuscar a la caseta de la quiosquera mientras la vieja cabrona te vigilaba con desconfianza, siguiendo con ojo de lechuza cada uno de tus movimientos, la mano crispada sobre el bastón, por si acaso. Tampoco salías de tu moderna tienda favorita cargando con bolsas abarrotadas de álbumes, figuritas, calendarios, cromos y suputamadre después de haberte dejado doscientos créditos de una sentada. No, no, no. Podías gastar los duros arduamente sisados durante la semana si tenías una tarde de suerte y había salido el Spiderman, que era quincenal. Mucha suerte era ya que hubieran salido también los 4 Fantásticos o Thor. Si había sido una semana fructífera en el arte del siseo hasta me permitía un Zona 84. Y lo que ya suponía un acontecimiento era que hubiera salido la Patrulla-X. Y a ver si tenías cojones de preguntarle a la quiosquera-esfinge que si había salido el "Deerdívol". Luego ya irrumpieron en mi vida las tiendas de tebeos que ponían tenderete en el Rastro y el pirado aquel que echaba la bronca a los chavales que compraban Secret Wars en vez de aquella cosa tan rara de Watchmen que tenía el título de lao y con un esmiley en la portada... Pero esa es otra historia.

Y aquí entramos por fin en el meollo de este artículo, que ya iba siendo hora. La cuestión era; ¿por qué me fascinaba tanto la Patrulla-X?. Sin duda el responsable fue su famoso y orondo guionista durante más de veinte años; Chris Claremont. Porque mi momento de mayor adicción no aconteció en la archinombrada etapa Byrne de la que sólo pude disfrutar de su explosiva fase final. Aunque ésta sirvió de enganche, mi devoción casi religiosa por la colección coincidió con su salida, cuando la edición española se hizo regular con Fórum. Quizá el tebeo que marcó un antes y un después en esa adicción fuera Dios ama, el hombre mata epítome de los temas y maneras claremontiananas, la historia que condensa todas las características de su trabajo en la Patrulla y de la que hablaremos un poco más adelante.

Tras haber levantado la colección junto a John Byrne llevándola hasta la cima del tebeo de superhéroes siguiendo las directrices marcadas por Neal Adams durante su etapa en la colección a finales de los sesenta, Claremont se dedicó a potenciar progresivamente el concepto de "mutantes temidos y odiados por un mundo que juraron proteger". Este temita es uno de esos a los que los críticos más vagos les gustaba profundizar cuando no se les ocurría nada mejor que escribir para rellenar un artículo de un par de páginas en sustitución de los correos inventados. Se decía que La Patrulla-X era una parábola de la condición judía u homosexual o la lucha racial por los derechos civiles de los negros norteamericanos en los sesenta, símbolo en fin de las minorías oprimidas. Era tebeo de superhéroes sensible con los marginados, de espíritu internacionalista plagado de personajes extranjeros, lejos de esa imagen de übermensch anglosajón al servicio del bien, la justicia y el modo de vida americano.

Así, Claremont, aprovechando que los poderes mutantes de los protagonistas hacían aparición durante la adolescencia, imprimió un giro inteligentísimo a la colección que ya se venía gestando desde los tiempos de su colaboración con Byrne. Porque la minoría oprimida a la que (nos) hablaba Claremont eran una masa de preadolescentes, postadolescentes, adolescentes eternos e inadaptados en general que comenzaban a sufrir los cambios hormonales; los gafotas, los gordos, los acribillados por el acné, los acomplejados, los que brean a collejas, los que recibían las burlas, los que eran incapaces de dirigirse a una chica. En fin, para qué seguir hurgando en la herida. Lo que Claremont te ofrecía era eso que tú estabas viviendo sublimado por el poder de las metáforas superheróicas. En la Patrulla-X tenías una familia entera de amigos que eran como tú, que sufrían algo parecido a lo que tú sufrías diariamente si eras de uno de esos raros. Hasta tenías a Lobezno, el personaje que era algo así como la personificación de la rabia reprimida del empollón, no me extraña que se convirtiera en el favorito de los fans hasta que acabó convertido en una parodia de sí mismo, como un abuelete cascarrabias repitiendo aquello de "soy el mejor en lo que hago" cada dos por tres. Y chicas, muchas chicas..., las entrañables mujeres Claremont que Carlos Pacheco definió cruelmente como "tíos con tetas", el compañero femenino perfecto del friki. El epítome de este estilo es la mencionada novela gráfica Dios ama, el hombre mata, donde, con una poderosa historia de fanatismo religioso autoritario que persigue y mata a los mutantes al que se opone la rebeldía juvenil, Claremont condensa todo el poderío simbólico de la serie. Además es donde más claramente asoman sus preocupaciones de liberal norteamericano (lo que se entiende como un izquierdista moderado en Europa) al respecto del fanatismo religioso, el respeto a la diferencia, el rechazo de la violencia como medio para lograr los fines y, sobre todo, el derecho a la redención del malo, del enemigo mortal (aquella fue la primera historia en la que Magneto, terrible archivillano del grupo, comenzó su evolución hacia el lado de "los buenos". Evolución que luego se jodería, pero eso es ya otro tema). Recuerdo que en aquella época incluso cosas que leía en la Patrulla se filtraban en mi formación moral y política, opiniones de los personajes sobre la pena de muerte, el racismo, la legitimidad de la lucha armada, las consecuencias de la violencia, el compañerismo, incluso el amor, todas iban forjando mi ideología de aquella preadolescencia, aunque quizá ni me diera cuenta. Formación que con el tiempo desechas, rechazas, o simplemente se diluye en la turbia mezcla de confusión y derrotismo en la que acabas inmerso según pasan los años, pero que entonces me daba una base, un lugar donde empezar.

Así, tras la marcha de Byrne en la lucha final por el poder en la colección, Claremont comenzó a potenciar la aparición de personajes más jóvenes; Kitty Pride o Los Nuevos Mutantes, el equipo junior de la Patrulla... en una inteligente maniobra, enfatizando los aspectos de soap opera juvenil para empollones. La cosa funcionaba perfectamente, al menos en mi caso, la Patrulla-X era una serie que me hablaba únicamente a mí, una experiencia que sólo se puede entender en la soledad absoluta de la habitación-útero adolescente (ejem). Pasaron las épocas y los dibujantes; Dave Cockrum, Paul Smith, John Romita... Y sobre todo aquellos dos épicos y maravillosos Anuales con los Nuevos Mutantes ambientados en Asgard y dibujados por un Arthur Adams en estado de gracia, que vendrían a ser la cumbre de aquella etapa.

Lamentablemente Claremont no logró culminar su culebrón de adolescentes angustiados y rechazados. Así como Spiderman, el otro símbolo por excelencia del empollón eterno, logró contar su historia de niño que se convierte en hombre allá por 1975 para convertirse en una colección sobre un icono que ya no podía evolucionar más, la Patrulla-X nunca logró madurar, acabar de contar su historia, no le fue permitido. Y mira que el pobre Chris lo intentaba; intentó deshacerse del Profesor X, intentó retirar a unos Cíclope y Jean Grey casados, intentó que Lobezno sentara la cabeza dándole una novia japonesa, intentó separar a Tormenta del grupo, mató personajes, introdujo otros más jóvenes para renovar la plantilla (personajes como mínimo discutibles, como olvidar a aquel Gambito o esa Júbilo, ejemplo perfecto de lo que entendía por quinceañera un señor mayor totalmente alejado del mundo juvenil...). Pero todo eran movimientos que no lograban instaurar el cambio definitivo. Antes o después, por presiones de la editorial o el público, de una manera u otra, todo volvía a ser más o menos como antes, las piezas volvían al punto de partida. En definitiva el mandamiento del tebeo de superhéroes de toda la vida; todo cambia para que todo siga igual. Como puntilla llegó la moda de los tebeos "serios", "realistas" y "adultos", de tipos duros, que curiosamente estaban influenciados, entre otros, por aquel Lobezno solo, hay que ver. Claremont copiaba todo lo que se movía (hasta el humor de la JLA de Giffen/Matteis/Maguire en aquel mediocre Excalibur) y a partir de la oscura saga de La Masacre Mutante se produjo un cambio quizá más en mí que en la colección y notaba a los personajes ajenos, cansados, no eran los de siempre. Además comenzaban a proliferar las colecciones derivadas que me compraba por completismo, porque apenas me atraían, ni me decían gran cosa, ni aportaban nada más que exprimir más el éxito de la colección madre; el ya cansino Lobezno, o los viejos personajes de la primera Patrulla reciclados en Factor-X. Sin embargo seguía disfrutando aún de Los Nuevos Mutantes de Louise Simonson y Brett Blevins, reciclando el concepto central claremontiano en tono de cuento maligno para niños, oscuro y de mal rollo (recuerdo las explosiones de violencia brutal en aquella historia de Cabeza de Chorlito que remedaba la Isla del Dr. Moreau de Wells, o lo fatal y ominoso que era todo en el regreso a Asgard) reforzado por el sensacional y expresivo, casi expresionista, dibujo de Blevins.. Hasta que la llegada del nuevo orden de Liefeld acabó con todo aquello.

A principios de los noventa el mercado no tuvo piedad con el impulsor de la colección más exitosa de Marvel y, finalmente, Claremont tuvo que dejar a sus amadas criaturas en las incapaces manos de Jim Lee y sus amigotes. Un intento de renovar una colección para un público más joven que reclamaba otra cosa, pero que se sentía claramente agotada. Una colección sobre personajes que ya veías viejos, cansados, de cartón piedra, en unos tebeos que ya no tenían nada que ver conmigo. Ya había dejado de comprar la colección durante La Caída de los Mutantes y el posterior traslado a Australia. Image se alzaba en el horizonte como un ominoso Juggernaut y a mí me apetecía leer otras cosas. Mi padre continuó comprando la Patrulla-X (y derivados) contra viento y marea, tragando carros y carretas ante mi burla e incomprensión y yo la hojeaba de vez en cuando en los tiempos de Jim Lee/Whilce Portaccio. Recuerdo que cuando la colección madre se dividió en dos para explotar aún más a la criatura era ya incapaz de leerme un tebeo entero de mi colección favorita de antaño, harto de aquel retorcer hasta el límite y más allá ideas y argumentos ya gastados, de tanto tipo duro, de tanto cruce de colecciones y megasagas anuales, de aquel retorno de personajes de la primera época que resultaban totalmente anacrónicos y absurdos, negándoles su derecho a madurar, de aquellos ridículos diálogos completamente autoparódicos en unas historias plagadas de poses y pin-ups. Llegó un momento en que no lo pude soportar, hasta me daba vergüenza ajena. Era como cuando abandonas la adolescencia y te ves desde la experiencia, dándote cuenta de todas las tonterías que has llegado a cometer, de todas las baratijas que te han cegado durante esos años. He de reconocer que cuando releía aquellos tebeos de la infancia lo hacía con resentimiento incluso, arrugando la nariz ante los excesos verborreicos de Claremont, los evidentes y en ocasiones toscos mecanismos de la serie. Con cierta sensación de vergüenza, acabé por aborrecer la Patrulla, me parecía la encarnación de lo peor de un tebeo de superhéroes. Pero, a pesar de todo, aquí saldo mi deuda, porque hubo una época en que, para mí, la Patrulla-X era lo mejor del mundo y ya he crecido lo suficiente como para reconocerlo. Además, ya puestos a confesarlo todo, me di cuenta de que me había hecho mayor leyendo un tebeo de la Patrulla, en vez de con la primera borrachera, el primer porro o el primer polvo, hay que joerse. Y eso ya es mucho.

Cinco novelas de 2023